Sentado a la derecha del Padre y derramando su Espiritu Santo sobre su cuerpo que es la Iglesia, Cristo actua ahora por medio
de los sacramentos, instituidos por Él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones)
accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la accion de Cristo y por el poder del Espiritu Santo
Catecismo de la Iglesia Católica 1084.
Benedicto XVI, Los Sacramentos de la Iglesia Católica a través de sus textos.
De san Pablo hemos aprendido que en Jesucristo, que es hombre y Dios, existe un nuevo inicio en la historia y de la
historia. Con Jesús, que viene de Dios, comienza una nueva historia formada por su sí al Padre y, por eso, no fundada
en la soberbia de una falsa emancipación, sino en el amor y en la verdad.
Pero, ¿cómo se realiza la comunión con Jesús,el nuevo nacimiento para entrar a formar parte de la nueva humanidad?
¿Cómo llega Jesús a mi vida, a mi ser? La respuesta fundamental de san Pablo, de todo el Nuevo Testamento, es esta:
llega por obra del Espíritu Santo. Si la primera historia se pone en marcha, por decirlo así, con la biología, la segunda la pone en marcha el Espíritu
Santo, el Espíritu de Cristo resucitado. Este Espíritu creó en Pentecostés el inicio de la nueva humanidad, de la
nueva comunidad, la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
Pero debemos ser aún más concretos: este Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, ¿cómo puede llegar a ser Espíritu
mío? La respuesta es lo que acontece de tres modos, íntimamente relacionados entre sí. El primero es: el Espíritu de
Cristo llama a las puertas de mi corazón, me toca en mi interior. Pero, dado que la nueva humanidad debe ser un
verdadero cuerpo; dado que el Espíritu debe reunirnos y crear realmente una comunidad; dado que es característico del
nuevo inicio superar las divisiones y crear la agregación de los elementos dispersos, este Espíritu de Cristo se
sirve de dos elementos de agregación visible: de la Palabra del anuncio y de los sacramentos, en particular el
Bautismo y la Eucaristía.
El hecho de que la Iglesia sea “sacramento universal de salvación” muestra cómo la “economía” sacramental determina en
último término el modo cómo Cristo, único Salvador, mediante el Espíritu llega a nuestra existencia en sus
circunstancias específicas. La Iglesia se recibe y al mismo tiempo se expresa en los siete sacramentos, mediante los
cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta
en culto agradable a Dios.
El sacramento es el centro del culto de la Iglesia. Sacramento significa, en primer lugar, que no somos los hombres
los que hacemos algo, sino que es Dios el que anticipa y viene a nuestro encuentro con su actuar, nos mira y nos
conduce hacia Él. Pero hay algo todavía más singular: Dios nos toca por medio de realidades materiales, a través de
dones de la creación, que él tomo a su servicio, convirtiéndolos en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él
mismo.
Los elementos de la creación, con los cuales se construye el cosmos de los sacramentos, son cuatro: el agua, el pan
de trigo, el vino y el aceite de oliva.
El agua, como elemento básico y condición fundamental de toda vida, es el signo esencial del acto por el que nos
convertimos en cristianos en el Bautismo, del nacimiento a una vida nueva.
El pan remite a la vida cotidiana. Es el don fundamental de la vida diaria.
El vino evoca la fiesta, la exquisitez de la creación, en la cual, y al mismo tiempo, se puede expresar de modo
particular la alegría de los redimidos.
El aceite de oliva tiene un amplio significado. Es alimento, medicina, embellece, prepara para la lucha y da vigor.
En la Misa crismal del Jueves Santo los óleos santos ocupan el centro de la acción litúrgica. Son consagrados por el
obispo en la catedral para todo el año. Al mismo tiempo, dan unidad a todo el año litúrgico, anclado en el misterio
del Jueves Santo. Por último, evocan al huerto de los Olivos, en el que Jesús aceptó interiormente su pasión. El
huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre y es por tanto el lugar de la redención.
Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia. En
cuatro sacramentos, el óleo es signo de la bondad de Dios que llega a nosotros: en el Bautismo, en la Confirmación
como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del Orden y, finalmente, en la Unción de los enfermos.
En la liturgia se bendicen, como hemos dicho, tres óleos. En esta triada se expresan tres dimensiones esenciales de
la existencia cristiana, sobre las que ahora vamos a reflexionar. Tenemos en primer lugar el óleo de loa catecúmenos.
Este óleo muestra como un primer modo de ser tocados por Cristo y por su Espíritu, un toque interior con el cual el
Señor atrae a las personas junto a él.
Después está el óleo de los enfermos. Tenemos ante nosotros la multitud de las personas que sufren: los hambrientos
y los sedientos, las víctimas de la violencia en todos los continentes, los enfermos con todos sus dolores,
esperanzas y desalientos, los perseguidos y los oprimidos, las personas con el corazón desgarrado.
El curar es un encargo primordial que Jesús ha confiado a la Iglesia, según el ejemplo que él mismo nos ha dado, al
ir por los caminos curando a los enfermos. Es verdad que la tarea principal de la Iglesia es el anuncio del Reino de
Dios. Pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación.
El anuncio del reino de Dios, de la infinita bondad de Dios, debe suscitar ante todo esto: curar el corazón herido de
los hombres.
La curación primera y fundamental se lleva a cabo en el encuentro con Cristo, que nos reconcilia con Dios y sana
nuestro corazón desgarrado. Pero además de esta tarea central, también forma parte de la misión esencial de la
Iglesia la curación concreta de la enfermedad y del sufrimiento. El óleo para la Unción de los enfermos es expresión
sacramental visible de esta misión. En tercer lugar tenemos finalmente el más noble de los óleos eclesiales, el
crisma, una mezcla de aceite de oliva y de perfumes vegetales. En la Iglesia, este óleo sirve sobre todo para la
unción en la Confirmación y en las sagradas Órdenes. El Bautismo y la Confirmación constituyen el ingreso en este
pueblo de Dios, que abraza todo el mundo; la unción en el Bautismo y en la Confirmación es una unción que introduce
en ese ministerio sacerdotal para la humanidad. Los cristianos son un pueblo sacerdotal para el mundo. Deberían hacer
visible en el mundo al Dios vivo, testimoniarlo y llevarle a Él.
Bibliografia:
Exhortación Apostólica Postsinodal “Sacramentum cariatis” , 2007
Audiencia general “El papel de los sacramentos” , 10 de diciembre de 2008
Homilía de la misa crismal, 1 de abril de 2010.
Homilía de la misa crismal, 21 de abril de 2011.