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El Bautismo.

El Bautismo no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Lo que sucede en el bautismo es el comienzo de un proceso que abarca toda nuestra vida. Nos hace capaces de eternidad.

Estar bautizados quiere decir estar unidos a Dios; en una existencia única y nueva pertenecemos a Dios, estamos inmersos en Dios mismo. Pensando en esto, podemos ver inmediatamente algunas consecuencias.

La primera es que para nosotros Dios ya no es un Dios muy lejano, no es una realidad para discutir -si existe o no existe-, sino que nosotros estamos en Dios y Dios está en nosotros. La prioridad, la centralidad de Dios en nuestra vida es una primera consecuencia del Bautismo. […] por tanto deberíamos decirnos que nosotros mismos debemos tener en cuenta esta presencia de Dios, vivir realmente en su presencia.

Una segunda consecuencia de los que he dicho es que nosotros no nos hacemos cristianos. Llegar a ser cristianos, en cierto sentido, es pasivo: yo no me hago cristiano, sino que Dios me hace un hombre suyo, me toma de la mano y realiza mi vida en una nueva dimensión. Y este hecho del pasivo, de no hacerse cristianos por sí mismos, sino de ser hechos cristianos por Dios, implica ya en algún modo el misterio de la cruz: solo puedo ser cristiano muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo.

Un tercer elemento que destaca de inmediato en esta visión es que, naturalmente, al estar inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos y hermanas, porque todos los demás están en Dios, y si yo soy sacado de mi aislamiento, si estoy inmerso en Dios, estoy inmerso en la comunión con los demás. Este hecho de que el bautismo me inserta en comunidad rompe mi aislamiento. Debemos tenerlo presente en nuestro ser cristianos.

Cuando se bautiza a los niños introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los fuerza, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que reside la verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios.

El Bautismo ilumina con la luz de Cristo, abre los ojos a su resplandor e introduce en el misterio de Dios a través de la luz divina de la fe.

1.1 ELEMENTOS

Este rito, como el rito de casi todos los sacramentos, se compone de dos elementos: materia -agua- y palabra.

El agua: Es muy importante ver dos significados del agua. Por una parte, el agua hace pensar en el mar, sobre todo en el mar Rojo, en la muerte en el mar Rojo. En el mar se representa la fuerza de la muerte, la necesidad de morir para llegar a una nueva vida.

El otro símbolo es el de la fuente. El agua es origen de toda la vida. Además del simbolismo de la muerte, tiene también el simbolismo de la nueva vida. Toda vida viene también del agua, del agua que brota de Cristo como la verdadera vida nueva que nos acompaña a la eternidad.

La palabra: Esta palabra se presenta en tres elementos: renuncias, promesas e invocaciones. Es importante, por tanto, que estas palabras no sean sólo palabras, sino también camino de vida.

1.2 LAS RENUNCIAS

El sacramento del Bautismo no es un acto de «ahora», sino una realidad de toda nuestra vida, es un camino de toda nuestra vida. En realidad, detrás está también la doctrina de los dos caminos, que era fundamental en el primer cristianismo: un camino al que decimos «no» y un camino al que decimos «sí».

Primera renuncia: “¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?”. Hoy libertad y vida cristiana, observancia de los mandamientos de Dios, van en direcciones opuestas; ser cristianos sería una especie de esclavitud; libertad es emanciparse de la fe cristiana, emanciparse -en definitiva- de Dios.

Segunda renuncia: “¿Renunciáis a todas las seducciones del mal para que no domine en vosotros el pecado?”. ¿Qué son estas seducciones del mal? En la Iglesia antigua, e incluso durante siglos, aquí se decía: ¿Renunciáis a la pompa del diablo?», y hoy sabemos qué se entendía con esta expresión «pompa del diablo». La pompa del diablo eran sobre todo los grandes espectáculos sangrientos, en los que la crueldad se transforma en diversión, en los que matar hombres se convierte en un espectáculo: la vida y la muerte de un hombre transformadas en espectáculo. […] se quería hablar de un tipo de cultura, de una “way of life”, de un estilo de vida, en el que no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación, y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y considerarse sólo a sí mismos vencedores.

Tercera renuncia: “¿Renunciáis a Satanás?”. Esto nos dice que hay un «sí» a Dios y un «no» al poder del Maligno, que coordina todas estas actividades y quiere ser dios de este mundo, como dice también san Juan. Pero no es Dios, es sólo el adversario, y nosotros no nos sometemos a su poder; nosotros decimos «no» porque decimos «sí», un «sí» fundamental, el «sí» del amor y de la verdad.

El Bautismo no produce automáticamente una vida coherente: esta es fruto de la voluntad y del esfuerzo perseverante por colaborar con el don, con la Gracia recibida.

La prioridad, la centralidad de Dios en nuestra vida es una primera consecuencia del Bautismo.

Es muerte y resurrección, renacimiento a la vida nueva.

Bibliografía:

- Homilía del 11 de enero de 2009.

- Homilía del 10 de enero de 2010.

- Homilía del 3 de abril de 2010.

- Mensaje para la Cuaresma 2011, 4 de noviembre de 2010.

- Lectio Divina del 11 de junio de 2012.

- Lectio Divina del 4 de marzo de 2011.

- Sacramentum caritatis nº 17, 18 y 19.



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