La Confirmacion.
Habéis
descubierto el gran valor del Bautismo, el primero de los sacramentos, la puerta de entrada a la vida cristiana. Vosotros lo
habéis recibido gracias a vuestros padres, que juntamente con los padrinos, en vuestro nombre, profesaron el Credo y se
comprometieron a educaros en la fe. Esta fue para vosotros -al igual que para mí, hace mucho tiempo- una gracia inmensa.
Desde aquel momento, renacidos por el agua y por el Espíritu Santo, habéis entrado a formar parte de la familia de los hijos
de Dios, habéis llegado a ser cristianos, miembros de la Iglesia.
Ahora habéis crecido, y vosotros mismos podéis decir vuestro personal «sí» a Dios, un «sí» libre y
consciente. El sacramento de la Confirmación refuerza el Bautismo y derrama el Espíritu Santo en abundancia sobre vosotros.
Ahora vosotros mismos, llenos de gratitud, tenéis la posibilidad de acoger sus grandes dones, que os ayudan, en el camino de
la vida, a ser testigos fieles y valientes de Jesús. Los dones del Espíritu son realidades estupendas, que os permiten
formaros como cristianos, vivir el Evangelio y ser miembros activos de la comunidad. Recuerdo brevemente estos dones, de los
que ya nos habla el profeta Isaías y luego Jesús:
El primer don es la sabiduría, que os hace descubrir cuán bueno y grande es el Señor y, como lo dice la
palabra, hace que vuestra vida esté llena de sabor, para que, como decía Jesús, seáis «sal de la tierra».
Luego el don de entendimiento, para que comprendáis a fondo la Palabra de Dios y la verdad de la fe.
Después viene el don de consejo, que os guiará a descubrir el proyecto de Dios para vuestra vida, para
la vida de cada uno de vosotros.
Sigue el don de fortaleza, para vencer las tentaciones del mal y hacer siempre el bien, incluso cuando
cuesta sacrificio.
Luego el don de ciencia, no ciencia en el sentido técnico, como se enseña en la Universidad, sino
ciencia en el sentido más profundo, que enseña a encontrar en la creación los signos, las huellas de Dios, a comprender que
Dios habla en todo tiempo y me habla a mí, y a animar con el Evangelio el trabajo de cada día; a comprender que hay una
profundidad y comprender esta profundidad, y así dar sentido al trabajo, también al que resulta difícil.
Otro don es el de piedad, que mantiene viva en el corazón la llama del amor a nuestro Padre que está en
el cielo, para que oremos a él cada día con confianza y ternura de hijos amados; para no olvidar la realidad fundamental del
mundo y de mi vida: que Dios existe, y que Dios me conoce y espera mi respuesta a su proyecto.
Y, por último, el séptimo don es el temor de Dios -antes hablamos del miedo-; temor de Dios no indica
miedo, sino sentir hacia él un profundo respeto, el respeto de la voluntad de Dios que es el verdadero designio de mi vida y
es el camino a través del cual la vida personal y comunitaria puede ser buena; y hoy, con todas las crisis que hay en el
mundo, vemos la importancia de que cada uno respete esta voluntad de Dios grabada en nuestro corazón y según la cual debemos
vivir; y así este temor de Dios es deseo de hacer el bien, de vivir en la verdad, de cumplir la voluntad de Dios.
Hoy es especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y reencontrar su valor para
nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha
convertido en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello y haga que el tesoro que lleva
dentro produzca frutos de santidad. Quien está bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se
prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno», porque la Confirmación perfecciona la gracia
bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).
La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda nuestra vida
(cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos
somos miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu,
puede dar su propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor,
alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos, jóvenes como
vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la
ayuda de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!
Bibliografia:
- Visita pastoral a la archidiócesis de Milán y VII encuentro mundial de las familias (1-3 de junio de 2012).
- Encuentro con los confirmandos. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI. Estadio San Siro. Sábado 2 de junio de 2012.
- Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud 2008.